Andreas Harsono
LILIB BUKTI, Indonesia, 7 feb (IPS) - Dos docenas de niños se aglomeran en varias chozas de madera sobre pilotes que sirven de orfanato en este caserío miserable, 20 kilómetros al sur de Banda Aceh, capital de la provincia indonesia de Aceh. Muchos juegan y bromean, aunque comparten un pasado muy trágico y muy reciente. Todos ellos son sobrevivientes del maremoto que el 26 de diciembre mató a más de 220.000 personas. Los niños aquí alojados quedaron huérfanos por la tragedia.
”No te lleves mis sandalias, por favor”, dice riendo uno, mientras otros lo abuchean. En una esquina de la habitación, un adolescente fuma y le pide a sus compañeros que sean discreción para hacerlo con disimulo. Otros juegan partido de badmington cerca de allí.
El orfanato Mahyal Ulum, sólo para varones, recibió a más de 200 después del tsunami, dijo Faisal Alí, el clérigo musulmán que lo dirige. Muchos de ellos sufren trastornos mentales después de haber visto sus pueblos y a sus seres queridos desaparecer bajo las olas.
”Tratamos de mantener sus mentes ocupadas para que no piensen demasiado en el tsunami. En las tardes les enseñamos a recitar el Corán. Pronto podrán asistir a la escuela”, dijo Faisal a IPS.
El epicentro del terremoto submarino se ubicó frente a la costa de Meulaboh, al oeste de Aceh. Desde allí se desataron tsunamis (olas gigantes) que llegaron a la costa de una docena de países del sur y el sudeste de Asia.
Más de 70 por ciento de los habitantes de poblados costeros de Aceh murieron. El saldo oficial de muertes es de 111.171. Más de 127.000 desaparecieron. Tal vez nunca se sepa el número exacto de víctimas.
”Cuando nos golpeó el tsunami, mi mamak (madre) me tomó de la mano y corrimos”, dijo Abdul Hanan, un niño de 10 años que llegó al orfanato junto con su hermano Najimuddin, de nueve.
Su padre, como la mayoría de los hombres de Lamno, 200 kilómetros al sur de Banda Aceh, estaba trabajando en los campos. Muchos no se dieron cuenta entonces que las olas se habían engullido a su poblado pesquero.
”Mamak tenía a Mawardi, nuestro hermano bebé, en sus brazos. Najimuddin y yo corrimos con ella. En algún momento, corrí más rápido que mamak, cuando el agua comenzó a perseguirnos. Corrimos y corrimos, pero el agua seguía persiguiéndonos”, recordó.
”Entonces, mamak me pidió que cargara a Mawardi. Ella estaba exhausta. Nos pidió a mí y a mis hermanos que nos metiéramos en un edificio de tres pisos. Entré, pero regresé para ayudar a mamak, y le pedí a Najimuddin que trajera a nuestro hermano.”
”Subí las escaleras. Me seguían Najimuddin, el bebé y mamak. Pero mamak no lo logró. Fue tragada por las olas.”
A partir de entonces, las cosas no hicieron más que empeorar. ”Las olas seguían inundando el edificio y el agua de mar nos tragaba. Fue así que Najimuddin perdió al bebé.”
Por suerte para los dos niños, una mujer que también trataba de obtener refugio en el edificio logró hacerse de un gran tablón de madera. Flotando sobre él, pudieron salir de allí.
”Cuando el agua del mar retrocedió, busqué a mamak y al bebé Mawardi. No pude encontrarlos. Tal vez se fueron con las olas. Papá nos encontró luego. Nos envió aquí porque nuestro pueblo está en ruinas. No tenemos casa.”
La historia de Hanan es típica de los recién llegados a Mahyal Ulum.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) calculó a fines de enero que al menos medio millón de sobrevivientes sufrían trastornos mentales sólo en Aceh. Unos 200.000 necesitan urgentemente atención psiquiátrica.
”Algunos niños quedan petrificados cuando ven la bañera llena, o se aterrorizan cuando grandes aviones pasan por encima de ellos, porque suenan como el agua en un tsunami”, dijo Randall Kyes, un psicólogo voluntario de la Universidad de Washington en Banda Aceh.
”Ya pasaron las lágrimas y las pérdidas inmediatas. Ahora comienza a surgir el trauma. Hablamos de cientos de miles de personas, sólo en Aceh”, añadió.
”Tantos niños perdieron sus familias y no tienen apoyo ... Ellos sufren el doble: primero, la pérdida de los padres y hermanos, y luego tratando de sobrevivir el tsunami.”
Para Faisal, fue un desafío trabajar con los recién llegados al orfanato. ”Ni siquiera podíamos comprar jabón y pasta de dientes para ellos. Debí pedir crédito al almacén del pueblo.”
Ahora, la institución recibe alguna ayuda de Nahdlatul Ulama, la mayor organización musulmana de Indonesia, y del grupo empresarial Artha Graha.
Hanan se queja de los mosquitos. Quiere ropa limpia para él y Najimuddin.
”Nunca supe el nombre de mi madre. La llamaba mamak. Recuerdo que una vez le di un puñetazo a mi hermano. Ahora él no está en ningún lado.”
Y repite, una y otra vez: ”Los dos se fueron. El mar se los tragó.”
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